Hace poco mi hija me pidió aprender a pescar. No me gusta decir que no a una aventura o a que mis hijos aprendan una nueva habilidad, así que nos fuimos a Sisal, un pueblo de pescadores a poco más de una hora de Mérida, para un fin de semana de pesca, natación y relajación en la playa (jaja, como si dejara que mi familia se relajara).

 

Optamos por aprender a pescar con Descubre Sisal porque, por lo que pude ver, realmente se preocupan por el medio ambiente. También estuvieron muy atentos a mis solicitudes de información y con mucho gusto nos organizaron una experiencia familiar de pesca privada, lo que – por supuesto – siempre ayuda. 

 

A las 6:30 am en punto ya estábamos en la playa, como nos indicaron, listos para que nos recogieran. Sisal, por cierto, es una de esas playas perfectas que tienen una vista increíble tanto del atardecer como del amanecer. ¡Qué emoción fue ver el sol levantándose sobre el muelle cuando llegamos! Incluso los niños se detuvieron a mirarlo, aunque el mayor dice que el atardecer es mejor, porque puedes mirarlo directamente sin que te duelan los ojos o te grite uno de tus padres.

 

Nuestros guías fueron dos pescadores, uno de los cuales también es guía turístico calificado. Básicamente, los acompañamos a trabajar. Les pregunté a qué hora empezaban su día y me dijeron que recogían la carnada a las 6 am e iniciaban la pesca a las 6:30 am, igual que nosotros en esta aventura.

 

 

En las cinco horas que estuvimos con ellos, aprendimos a pescar como ellos mismos lo hacen: con cordel, anzuelo y carnada; aquí no usan cañas. Resulta que no se me da bien pescar; no tengo paciencia y creí que tampoco mi hijo mayor. Al principio, a los guías – y a sus padres – les hacía gracia verlo tirar el cordel, esperar dos segundos, gritar “pesqué algo, pesqué algo” y sacar la línea vacía… una y otra vez. No fue divertido durante mucho tiempo, si soy sincera. Mi hija menor – más parecida a su padre – disfrutó sentarse y sentir los ligeros cambios de tensión en el cordel, y por eso pescaba mejor.

 

Al final, y esto es lo que realmente importa, mi hijo descubrió que le gustaba preparar la carnada (esencialmente cortar las sardinas por la mitad con un cuchillo muy grande) y colocarla en los anzuelos de los demás. Esto lo llevó a interesarse en la pesca, y finalmente sacó un par de peces. Estaba encantado con su éxito y muy orgulloso de haber brindado comida a su familia. No paraba de hablar de lo bien que se sentía pescar algo y luego comerlo.

 

Esta es una lección importante de aprender y fue un gran momento para él. Podemos hablar con nuestros hijos todo lo que queramos sobre la procedencia de nuestros alimentos, pero para que lo entiendan de verdad tenemos que mostrarles y dejarlos participar en el proceso. En el caso de mis hijos, tenemos muy poco espacio en casa, así que pasamos meses ayudando en Monique’s Bakery, donde creamos un huerto ecológico para aprender sobre vegetales. También visitamos el Rancho Haltun Xiki (proveedores éticos de cordero y puerco en Yucatán) para entender de dónde viene la carne. Ahora fuimos a pescar con los pescadores locales y vimos este proceso.

 

Por supuesto, aunque estas experiencias no muestran la desesperada realidad de la producción masiva de alimentos, estos negocios pequeños y éticos nos ayudan a iniciar la conversación con nuestros hijos y, con suerte, a crear consumidores reflexivos, compasivos y conscientes.  

 

Descubre Sisal
Tel. (999) 363 5014
FB: Descubre Sisal
IG: @descubre_sisal

 

 

Editorial por Cassie Pearse
Escritora y bloggera independiente de origen británico. Cuenta con estudios por la Universidad de Oxford y SOAS, Universidad de Londres. Actualmente explora Yucatán en compañía de su esposo e hijos.

 

 

 

Fotografía por Cassie Pearse y Yucatán Today para su uso en Yucatán Today.

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