
Tales reflexiones se encuentran en el volumen “Izamal Festivo”, de los doctores en Antropología Francisco J. Fernández Repetto y Genny M. Negroe Sierra. De ellas se puede inferir el papel desempeñado por una leyenda como la del Cristo de Sitilpech.
La misma cuenta que arribaron a Izamal dos hermanos indígenas, quienes recorrían las calles ofreciendo sus servicios para cualquier tipo de trabajo por humilde que fuere: menesteres de limpieza, deshierbe de patios y frente de casas, dar de comer a los animales. Con el paso del tiempo, los izamaleños se acostumbraron a su presencia, y se hicieron querer entre la población por su voluntad de servir.
Esto hizo que los frailes franciscanos recurrieran a ellos para labores necesarias dentro de los muros conventuales, las cuales realizaban como si estuvieran sirviendo directamente a la Virgen izamaleña.
Pasaron los años, y los pobladores de la villa se percataron de períodos de ausencia de los hermanos. Se decía que el mayor, y más alto, había adoptado al pueblo de Sitilpech para su residencia, y el menor, el de Citilcum, ambos muy cercanos a Izamal.
Al inquirirles sobre sus alejamientos simultáneos de Izamal y el porqué de lugares distintos para morar, contestaban “que siempre iban a donde más se les necesitaba”.
En cierta ocasión, cuando el mayor de los hermanos escuchó la noticia del traslado de la Virgen izamaleña a la ciudad de Mérida, para que con su intercesión se remediaran pestes y epidemias, se dirigió hacia Izamal y no regresó a Sitilpech hasta que la Virgen fue devuelta.
A los pocos días, el hermano de Sitilpech anunció que se marchaba del pueblo, y dio indicaciones especiales y específicas que la gente sitilpechana no entendió.
Cuando llegó la fecha señalada por él, todos se aglomeraron a la entrada de su casa para saber qué estaba pasando. Tamaña sorpresa recibieron al abrir las puertas de la choza, porque en lugar del hermano mayor hallaron una imagen de Cristo crucificado. El hermano de Sitilpech había presentido que la Virgen iba a ser llevada nuevamente a Mérida, debido a circunstancias parecidas a las ya mencionadas.
Desde ese momento y hasta la actualidad – con la presencia de la imagen de la Señora de Izamal – cada 18 de octubre se traslada al crucificado hacia el santuario de la Virgen, se le hace un novenario y los izamaleños festejan en honor del Cristo indígena.
Editorial por Yurina Fernández Noa
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