Ake henequenDonde hoy se levanta la ciudad de Izamal, arribó – hace muchos años – un grupo de peregrinos conocidos como los Itzáes. Habían navegado y caminado mucho para llegar hasta allí, pero tenían paz en su corazón, porque los guiaba un sacerdote bondadoso y sabio conocido como Zamná, al cual la Reina del continente Atlante le había confiado.

 

Zamná,” le dijo, “tú eres el sacerdote más sabio y bondadoso de mi reino, por eso te he elegido: debes saber que mis astrónomos han leído en el cielo que nuestra tierra desaparecerá en la próxima luna. Quiero que escojas un grupo de familias de mi reino, y tres de los Chilames más sabios, para que lleven los escritos que cuentan la historia de nuestro pueblo, y escriban lo que sucederá en el futuro. Llegarás a un lugar que te señalaré y fundarás una ciudad. Debajo de su templo mayor, guardarás los escritos y los que se escribirán en el futuro, para conservar la historia del país Atlante”.

 

Y terminando con su vaticinio, señaló: “En nueve canoas, saldrás con los escogidos hacia el poniente. Después de nueve días, hallarás una tierra sin ríos ni montañas y entrarás en ella. Cuando encuentres agua, fundarás la ciudad que te he ordenado”.

 

Zamná llegó a esa tierra sin ríos ni montañas; era la tierra señalada por la Reina, pero no encontraba el agua que ahora necesitaba.

 

De pronto las nubes se oscurecieron y cayó una lluvia interminable, que fue festejada por los peregrinos, quienes danzaban alegres por el agua que les cayó. Zamná salió a buscar donde guardar el agua que caía, y al acercarse a una planta, una espina se le clavó en el muslo, ocasionándole una punzada.

 

La pierna de Zamná comenzó a sangrar. Para castigar a la planta, los Itzáes le cortaron las hojas, y las azotaron contra las lajas (piedras grandes, lizas y planas) que abundaban en esa tierra. Inmediatamente, Zamná se dio cuenta de que de las hojas azotadas salían unas fibras muy resistentes, las cuales serían de gran utilidad a su pueblo.

 

 

La lluvia no cesaba, y el agua que caía se deslizaba con rapidez, como atraída hacia un lugar. Zamná siguió el curso del agua, hasta llegar a una oquedad donde se precipitaba. Era el sitio señalado por la Reina.

 

Allí Zamná, el sabio bondadoso, uniendo la lluvia, el poder del cielo, del henequén y de los hombres, fundó la gran Izamal en una fecha que se pierde en la noche de los tiempos.

 

Contribución por Yurina Fernández Noa

 

 

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