Mitos Mayas: El Codorniz
Cualquier otro ser viviente hubiera estado muy agradecido por esos privilegios; pero la codorniz ofuscada en su egoísmo, no se daba por satisfecha. En su fuero interno, abrigaba la esperanza de poseer algún día un mundo entero, en el cual sólo vivirían ella y su numerosa prole.
En una ocasión, el bondadoso Gran Espíritu sintió deseos de visitar la tierra, anhelaba contemplar nuevamente el mundo que había ayudado a crear. Entonces, invitó a Yaa-Kin, el príncipe del Sol, para que lo acompañara en su viaje y, tomando forma humana, descendió hasta llegar a la tierra.
La noticia de esta visita hizo que Box-Buc, el príncipe de las Tinieblas, se tornase negro de envidia. Y juró vengarse haciendo fracasar los planes de los viajeros.
Con esa finalidad, envió a sus espías a seguir la pista de los forasteros, y se sentó en su trono de ébano para aguardar los resultados de sus maquinaciones.
Sin embargo, tan pronto como los visitantes entraron en la selva, los buenos genios del monte, se dieron cuenta de la presencia de los espías, y juraron proteger a sus huéspedes.
Contrariados por los constantes fracasos de sus planes, los espías decidieron interrogar a las aves, dulcificando su áspera y desagradable voz todo lo que les fue posible.
Sin embargo, con aquellas fingidas voces, no lograron engañar a los astutos pajaritos. Y todos se rehusaron a darle información alguna, excepto Bech, que ambicionaba un mundo para ella.
La egoísta codorniz le dio instrucciones en secreto a su prole. Y cuando los divinos visitantes se aproximaron, la numerosa familia de la codorniz levantó el vuelo, produciendo un gran estruendo, que hizo a los viajeros detenerse a investigar, todo lo cual permitió a los espías ubicarlos.
El Gran Espíritu sintió honda pena al darse cuenta de la perversa estratagema de Box-Buc; pero al reconocer en el ave delatora a la codorniz – precisamente a la que él había amado tanto-, lágrimas de desengaño brotaron de sus ojos, y sentenció: “Traicionera Bech, de hoy en adelante, tú y todos los tuyos quedarán a merced de las fieras y cazadores, pues cerca de la tierra vivirán para siempre”.
Contribución: Yurina Fernández Noa
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