Cuando piensas en la muerte, probablemente no la asocies con hermosos árboles o las aguas cristalinas de los cenotes de Yucatán. Sin embargo, para los antiguos mayas, el ciclo de la muerte, la renovación y el renacer podía verse en todas partes. Del mismo modo en que los campos debían quemarse antes de poder plantarse de nuevo, los cuerpos de los hombres debían perecer para que las nuevas generaciones tomaran su lugar. Ahora bien, ¿qué creían los antiguos mayas que les ocurría a las personas después de abandonar sus cuerpos y el plano terrenal?
Los mayas pensaban que el universo estaba representado por un árbol sagrado denominado Yaxché, la ceiba. Cada sección de este gran árbol estaba asociada a un reino diferente. Las ramas más altas eran el hogar de los dioses nobles; la base del árbol representaba el plano terrestre; y sus raíces, el inframundo o Xibalbá. Aunque generalmente se entendía que la forma en que cada persona vivía su vida influía en el destino de su alma después de la muerte, es importante no darle demasiado peso a esta idea. El concepto de la vida después de la muerte como recompensa o castigo no se hace explícito en la cosmología maya.
El reino de Xibalbá estaba gobernado por un dios poderoso conocido como Ah Puch, que también se entendía como la personificación de la muerte.
Ojo: sería un error proyectar las ideas contemporáneas sobre el mal y el tormento directamente sobre Ah Puch. Para los mayas, Xibalbá era tan central para el orden del universo como lo era el paraíso.
Por ejemplo, aunque se creía que los cenotes eran puertas de acceso a Xibalbá, éstos eran la principal fuente de agua para los mayas. Y como bien sabemos, sin agua no hay vida. Aunque en la actualidad los visitamos por diversión, debemos tener en cuenta que cada uno de los miles de cenotes de Yucatán era (y sigue siendo) un lugar sagrado.
Los mayas de la península de Yucatán también construyeron grandes templos con fachadas que representan a una criatura conocida como el Monstruo de la Tierra. Este monstruo, de ojos penetrantes y poderosas fauces, se representa con una boca abierta que sirve de entrada a un templo o una cámara. En el sitio arqueológico de Ek Balam, cerca de Valladolid, es posible ver un ejemplo de uno de estos grandes Monstruos de la Tierra. Sin embargo, se observa que alrededor de la “bestia” hay individuos con vestimentas adornadas y opulentas (probablemente antepasados nobles). Algunos incluso parecen lucir lo que parecen ser alas. Difícilmente parece ser una escena terrorífica.
La iconografía que hace referencia al dios del cielo, Itzamná, también se encuentra en las fachadas del Monstruo de la Tierra, al igual que en las bocas de las cuevas y los cenotes. Esto indica que ambos conceptos - aparentemente opuestos - no están realmente en conflicto. Pero al igual que la gente de hoy, aunque los mayas entendían que la muerte era parte de la vida, no significaba que la invitaran abiertamente.
Animales como los búhos y los murciélagos, y sobre todo los jaguares, estaban estrechamente relacionados con la noche y el inframundo; generaban gran respeto y devoción. Ningún animal representa mejor la concepción maya de la vida y la muerte que la serpiente o Kaan. Aunque las serpientes eran vistas como criaturas terrestres que se deslizaban por el suelo, eran representadas seguido en Xibalbá o surcando los cielos en la forma de la gran serpiente emplumada Kukulkán.
Artículos relacionados
