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Bacila Tzek Uc

22 diciembre 2025
/
5 min. de lectura
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Bacila Tzek Uc

20 mayo 1928 – 10 diciembre 2025

 

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Sus fuertes y rugosas manos—inolvidables para cualquiera que ella tocara—fungieron como un portal entre mundos, aliviando a las madres a lo largo del embarazo y hasta el nacimiento. Partera maya, yerbatera, y una chingona certificada, Bacila Tzek Uc atendió el parto de al menos 2,000 bebés durante seis décadas—sin perder nunca a ninguna madre ni bebé. Recibió a un último bebé en noviembre de 2024, y dio su último masaje prenatal tan solo dos días antes de su fallecimiento.

 

Quizá no es la vista o el sonido lo que más nos conecta con nuestros antepasados, sino los sentidos más suaves—especialmente el tacto, en el caso de Bacila. Ella cargó en sus manos conocimiento que precede al lenguaje escrito, pasado a través de los cuerpos, no libros. Cuando ella tocaba el vientre de una mujer embarazada, llevaba a cabo un ritual inalterado por generaciones. Sus manos sabían cosas que a los idiomas les cuesta encarnar.

 

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Bacila nació en Dzán, Yucatán el 20 de mayo de 1928. El ritmo cíclico de salidas y puestas de sol y luna definieron su infancia—un tiempo confuso, a causa de una plaga de langostas que arrasó con las cosechas de su familia, dejándolas sin cosecha. Fueron forzados a adentrarse en el monte, cazando y recolectando para sobrevivir, entre la pena de perder a varios hermanos. Usaba plantas como zapatos.

 

El monte se transformó en una bruma, borrosa en su memoria, en un catálogo de medicinas. Usó un machete para cortar la corteza de distintos árboles pasa usar como ingredientes. Mezcló remedios. Tejió con guano sombreros y canastas. A pesar de que no tuvo la oportunidad de recibir una educación tradicional, el clima, las plantas, y los ciclos del sol y la luna se volvieron sus maestros. Con el tiempo, su familia se asentó en Yaxhachén, Oxkutzcab, donde residiría hasta su muerte.

 

A los 15 años “se escapó” con Laurelano May Us—de camino a buscar agua de un pozo, dejó el cántaro en la calle y se fue a vivir con él. Esta unión se dio en los confines del machismo cultural. Su esposo era brusco, e infeliz cuando ella tenía que salir de la casa para trabajar, pero Bacila resistió con una fe que definiría su personalidad. Tuvo 12 hijos y vivió para ver fallecer a 6 de ellos, así como a su esposo, quién murió en 1995.

 

A los 30, fue atraída a la partería, siguiendo los pasos tanto de su madre como de su padre. Por más de 65 años, atendió emergencias con las que otras parteras no podían—cordones umbilicales enredados en el cuello, gemelos, partos complicados.

 

Lo más importante que se puede aprender de su trabajo es la práctica del masaje prenatal, el cual realizaba semanalmente. Con cada masaje, ella empoderaba a la mujer enseñándole cómo sentir cómo estaba posicionado el bebé dentro de ella. La clave para un parto natural es asegurarse que el bebé esté posicionado correctamente durante el embarazo, para que cuando llegue la hora, el bebé esté listo.

 

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Pero el legado de Bacila se extiende más allá de los partos que atendió. A pesar de una vida de dificultades, su espíritu resiliente era juguetón, gracioso, y alegre. Les enseñó a aquellos a su alrededor a soltar el enojo y el estrés, y plantar amor en su lugar. Su resiliencia no era una de dura supervivencia sino de jovial persistencia—una mujer que, a los 97 años, aún hacía planes.

 

El lunes 8 de diciembre ella y su hijo comieron mondongo—su favorito—en el mercado de Oxkutzcab, de camino a renovar su identificación a la edad de 97. El domingo, aunque cansada, había dado un masaje prenatal. Tenía otro todavía agendado para la siguiente semana. No estaba enferma. No sufrió. Había sido un año de abundantes lluvias y exitosas cosechas—hubo abundancia a su alrededor.

 

El 10 de diciembre de 2025 el sol yucateco, caliente y masculino, se puso en el poniente, y la Mamá Luna salió por el oriente. Una luna menguante jorobada—simbólica por Ixchel, la antigua diosa maya de la partería, en su forma madura—se sostuvo baja en el cielo. Bacila murió a las 7:30 pm hecha capullo en su hamaca rosada en Yaxhachén, tomada de la mano con su querida amiga y nuera, Verónica Dzul May. Verónica lloró mientras acariciaba la mano de Bacila, diciéndole que estaba bien soltar. Y así lo hizo, cantando “Gracias a Dios”, mientras la luna brillaba sobre ella.

 

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En la última década de su vida, Bacila se volvió un ícono de misticismo femenino, impulsando a mujeres y hombres de todo México y más allá a viajar hasta ella, a crear arte de ella, a conocer y reconocer su sabiduría ancestral con humilde admiración. Su historia está preservada en el documental Jats’uts Meyah—“Una hermosa labor". Ella me dijo claramente: “Nunca tuve la oportunidad de aprender a leer y escribir, pero tú sí. Ahora te toca preservar mi conocimiento.” Pensé en ello y me di cuenta que sería mucho mejor que ella lo cuente. Y así es que nació el filme.

 

Por más de una década, tuve el más grande honor de cumplir con ese reto. Nos brindó esa responsabilidad a todos: cuenten mi historia.

 

Hay una frontera entre la vida y la muerte, al igual que hay una frontera entre el norte y el sur. Ambas con la promesa de algo más allá y la pena de quienes se quedan. Calixto Us May, su tataranieto, incapaz de cruzar de vuelta a México, me pidió por teléfono que hiciera el viaje que él no podría—para decirle adiós a la abuela. El camino del migrante y el viaje del alma comparten un mismo símbolo: la paloma blanca, la que siempre regresa.

 

Su nombre y su historia han quedado profundamente bordados en el corazón de la humanidad, justo como ella quería.

 

Descansa tranquila, mamita. Ya tso' ki'. Esperaremos atentos a la paloma blanca.

 

 

Fotografía por Allie Jordan y Amanda Strickland

 

Documental Jats’uts Meyah: Jats'uts Meyah (2020) | Maya Midwife Eternal 

Amanda Strickland

Autor: Amanda Strickland

Soy antropóloga y cineasta. Originaria de un pequeño pueblo en Misisipi, mi historia de amor con Yucatán comenzó en el verano de 2011, sudando bajo el intenso calor de la región Puuc. Trabajé cinco temporadas de campo como arqueóloga, mientras fundaba la organización sin fines de lucro Ko’ox Boon. Soy antropóloga y cineasta.

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