Cuenta la historia que Zamná, el dios maya de la sabiduría, fue quien descubrió las noblezas del henequén. Un día, caminaba por un plantío hasta que las espinas de una planta cortaron su piel, revelando así, lo resistente de su naturaleza. En ese momento, Zamná supo lo que tenía que hacer y puso al henequén a merced del pueblo maya.
Aun si eres incrédulo y no crees en leyendas, puedes estar seguro de que el henequén ha acompañado al pueblo maya remotamente, mucho antes de la llegada de los españoles a América.
Llamada “Ki” en lengua maya, la planta del henequén ( Agave fourcroydes ) forma parte del género de los agaves, pero a diferencia del resto de su familia, ésta sólo es originaria del estado de Yucatán. De ella se obtiene una fibra que llegó a ser conocida en todo el mundo como “sisal” –debido a los sellos de exportación del puerto del mismo nombre, que fungió como el punto de salida para su distribución global. El henequén fue de gran importancia en la industria textil internacional durante los siglos XIX y XX, así que ya podrás imaginarte el peso que tuvo en la economía de la región durante esa época.
Este auge marcó a Yucatán en más de un sentido. El que es evidente hasta nuestros días es la opulencia en que las familias de los hacendados llegaron a vivir; las ricas casonas del Paseo de Montejo y la avenida Colón, construidas a semejanza de las grandes mansiones de Europa (y, sin escatimar en gastos, usando materiales traídos desde ahí) son testigo de la abundancia provista por el llamado “oro verde”.
Las haciendas henequeneras fueron entonces una especie de equivalente de las plantaciones de algodón de nuestro país vecino pues, aunque no se le llamaba esclavitud como tal, los trabajadores eran sometidos a un esquema de deudas que jamás lograban saldar y, por lo tanto, nunca les era posible dejar la hacienda.
Por otro lado, el negocio del henequén también dejó a varias de las familias yucatecas más ricas en las ruinas, debido al largo tiempo de espera en el que se recuperaba la inversión inicial del henequén: una vez plantado, deben pasar de cinco a ocho años para poder cultivar el producto en su punto, ideal para ser comercializado.
El auge del henequén fue clave para varios otros sucesos de suma importancia social y cultural en Yucatán. El primero de ellos fue la llamada Guerra de Castas, iniciada en 1847, que destruyó la industria del azúcar y otros cultivos del oriente y sur de Yucatán. Recordemos también que desde 1821 Yucatán tenía diferencias con el gobierno del México independiente, y buscaba su independencia; para cuando la decretó por primera vez en 1841, ya comenzaba a hacerse evidente la importancia económica del oro verde, y fue una de las razones por las que México se negó a aceptar la separación de la Península.
Otro más fue el invento de la raspadora mecánica para desfibrar, hecho por José Esteban Solís en 1852, la cual podía desfibrar 6,300 pencas en 21 horas de manera exitosa, después de que muchos otros hayan fallado en el intento de agilizar los procesos de producción del henequén.
En general, podemos decir que la industria henequenera resultó un arma de doble filo para la población nativa de la región. Por un lado, para muchos las haciendas fueron un refugio seguro lejos de los enfrentamientos armados que se dieron, primero en la lucha por la independencia de Yucatán y después durante la Guerra de Castas. Sin embargo, las condiciones de vida ahí no eran lo que podría llamarse las más favorables. Además, la inversión de capital inicial era demasiado elevada, quedando muy por encima de las posibilidades de los agricultores mayas, eliminando la opción de que fueran ellos los verdaderos dueños de este negocio, relegándolos al papel de subordinados, otra forma de esclavitud.
El “oro verde” yucateco, así como las riquezas de tantos pueblos alrededor del mundo, se volvió la riqueza de alguien más a costa del trabajo de pobladores locales; nada que no se vea en la actualidad. Si nuestra intención es admirar con honestidad la riqueza de un pueblo y su cultura, más allá de sólo admirarnos por su belleza estética, quizá deberíamos empezar por replantearnos qué significa que algo valga “oro” y, sobre todo, a quién beneficia, y a qué costo.
Fotografías por Brenda Acametitla, Tania López, Cassie Pearse, AJ Kim y Juan Manuel MyT para su uso en Yucatán Today.