Waay chivoLa realidad latinoamericana ha sido mágica y maravillosa mucho antes de que tuviéramos himnos y banderas, gracias a su escenario natural, a la población autóctona y a la policromía racial y cultural asimilada después del descubrimiento. De todo ello nace el encantamiento de nuestra tradición oral: relatos que han alimentado la creatividad de narradores y poetas.

Pero si aún no estuviéramos convencidos de cuán mágico puede llegar a ser el entorno latinoamericano, veamos qué nos tienen reservado los relatos yucatecos de brujería que, como parte de la tradición oral de la región, contribuyen a preservar una cosmovisión integral.

Los presenta el experimentado antropólogo social yucateco Carlos Augusto Evia Cervantes, quien -en un primer grupo- reúne las narraciones que comparten la temática de la transformación del ser humano en animal doméstico. En ellas se observa la presencia del término «wáay»: «wáay chivo», «wáay pek», «wáay burro».

Dentro de esa primera recopilación, hallamos un relato de Sacalum: población situada en el centro y más bien hacia el norte del Estado. Allí un joven tuvo la desafortunada coincidencia de que un hombre con fama de «wáay» se enamorara de su novia.

Dicen que una noche, cuando se dirigía a visitar a su enamorada en la vecina localidad de Mucuyché, se le apareció por el camino un ser mitad chivo, mitad demonio, de color negro, con ojos saltones y centellantes. Él intentó defenderse, mas terminó en el suelo y sin conocimiento.

A la mañana siguiente, fue encontrado por unos campesinos, y durante muchos días, sufrió de fiebre muy alta que lo hacía delirar y repetir: «wáay chivo».

Ya recuperado y con las recomendaciones de un afamado brujo del lugar, volvió a sus visitas acostumbradas. Entonces, al presentársele nuevamente «wáay chivo», él iba con un bravísimo perro negro «malix»: especie canina que acompaña a los hombres de campo en sus labores agrícolas, a la cual se le atribuye la capacidad de ver a los espíritus malignos.

El «malix» recibió de su dueño la orden de atacar al ente siniestro. Mientras eso ocurría, el muchacho sacó de su sabucán hojas molidas de albaca y ruda, para echárselas encima al brujo, quien -ante el olor y el contacto conlas hierbas- bramó y se retorció de dolor. Finalmente, a petición de su dueño, el can soltó al «chivo brujo».

Según algunos testigos, el «wáay chivo» fue dejando un rastro de sangre hasta llegar a la puerta de su casa. Allí se transformó en humano, y murió.

Por: Yurina Fernández Noa
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