La ropa de segunda mano, prendas con previos dueños que circulan fuera de las tiendas departamentales (o piezas con vidas pasadas, se podría decir), han existido por siglos. Hoy, este movimiento obtiene una fuerza nueva. Platiqué con algunos proponentes en Yucatán y me adentré un poco más en este mundo que busca contaminar menos, extender la vida de las prendas y, de paso, desempolvar un poco de historia y magia.

Lo primero que aprendí fue la diferencia entre una prenda de segunda mano y una vintage. “Ambos tipos de prenda tienen en común el hecho de ser usadas previamente por alguien más (aunque no toda la ropa vintage es usada, existe ropa vintage nueva). Pero, la ropa vintage se caracteriza por ser vestimenta de años atrás que conserva las cualidades de una época en especial, mientras que la de segunda mano es aquella que dejamos de usar y sacamos de nuestros closets”, me explica Bekir Fuentes, creador de Cejas de cartón.

Todas las personas con las que platiqué me dijeron en algún punto, cada uno con la misma urgencia, que la industria textil es la segunda más contaminante del mundo después del petróleo. Naomi Quijano de Aterciopelado Mid me contó que tan sólo un pantalón puede necesitar más de 3,300 litros de agua para su fabricación. 

Fabiola Cortés de Trapo Viejo me habló de la necesidad de reinventar la producción masiva de ropa: “Las condiciones laborales de quienes trabajan para la industria y la poca sustentabilidad ecológica que nos avienta la moda rápida no es sostenible ni ética. Es por eso que mirar a la moda como un proceso que toma tiempo y genera una huella ecológica nos ayuda a crear conciencia sobre lo que nosotros, como consumidores, aportamos (o no) a esta gran bola de nieve”. Y es justo esto lo que impulsa a este grupo de personas a buscar y darles nuevos hogares a ropa que bien pudo haber terminado en la basura.

“Creo que tenía como 15 años cuando escuché a mis tías presumir de sus hallazgos en el tianguis de la Esperanza e inmediatamente pedí que me llevaran con ellas en su próxima excursión”, me comparte Berenice López de Who is Kahlo. La experiencia de Fabiola fue similar al haber consumido en bazares barriales y tianguis, inculcada por su madre.

Al indagar sobre la magia y emoción detrás de estas prendas, la palabra “historia” resuena y resuena. “Cada prenda tiene una y eso la hace aún más especial”, comienza Naomi. Me cuenta que tiene ropa con 40 años de antigüedad que heredó de su abuela. Estas son las piezas que atesora más. El viaje de encontrar algo también es un tema predominante. “Cada vez que decidimos llevarnos algo se siente como una joya, un tesoro, ya que sabemos que muy probablemente no volvamos a hallar algo igual”, me dice Erika Rejón de Floré bazar. 

Laura Sánchez de Ramona Knives Vintage Finds se expresa con entusiasmo. Me explica que hay muchísimas cosas que pueden hacer atractiva una prenda vintage: “la procedencia, cuál es el lugar o país en el que se realizó la prenda, si es una prenda hecha por modista o de alguna marca que tal vez incluso ya no exista, el material, el diseño del estampado y la forma que nos puede decir muchísimo de la época en la que se realizó”. Para Alba Martín de More Than Once,  la emoción de saber que esta prenda va a continuar su historia con alguien más es lo que la llena de pasión.

Cada vez más y más gente genera mayor conciencia sobre su huella de carbono en la Tierra. Una manera de generar un cambio es dándole poder al slow fashion, interiorizar y pensar antes de comprar. Larga vida a las prendas en Yucatán.

 

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Editorial por Greta Garrett
Editora asistente

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