
El guerrero quedó tan enamorado que, muchas veces, volvió al lugar con el ánimo de verla; pero fue inútil: ante sus ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces, pidió consejo a una hechicera, la cual le dijo:
—No la verás nunca más, a menos que aceptes convertirte en palomo.
— ¡Sólo quiero verla otra vez!
— Si te vuelves palomo, jamás recuperarás tu forma humana.
— ¡Sólo quiero volverla a ver!
—Si así lo deseas, hágase tu voluntad.
La hechicera le clavó en el cuello una espina y, en el acto, el joven se convirtió en palomo. Este levantó el vuelo, fue al lago, se posó en una rama y, al poco rato, vio a la mujer y, sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos.
La mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina que tenía clavada en el cuello. Nunca debió haberlo hecho, pues el palomo inclinó la cabeza y cayó muerto.
Al ver esto, la mujer –desesperada- se hundió en el cuello la misma espina y se convirtió en paloma. Y desde aquel día, llora la muerte de su palomo.
Contribución: Yurina Fernández Noa
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